La luz roja generada por el aviso del motel Casablanca se filtraba por la ventana del cuarto, dejando entrever dos cuerpos desnudos en la cama. En el piso, una falda color marfil le hacía compañía a una corbata azul oscuro y una blusa de satín arropaba unos tacones color magenta. Encima de la sabana se alcanzaba a ver un sobre metálico de un preservativo. El hombre se encontraba boca arriba, jadeando, tratando de recobrar el aliento.
—Eso estuvo genial —dijo el hombre volteando la cabeza para ver a Miranda.
—Me lo imaginé diferente.
—¿Peor o mejor?
—Solo diferente.
El hombre le puso una mano en el pecho a Miranda, le dio un beso en la boca y se levantó.
—Me daré una ducha.
Miranda no respondió nada. Solo le dedicó una mirada a las nalgas de aquel hombre, con el que había fantaseado varios meses. No estaba mal. Se sentó en la cama, prendió la lámpara de la mesa de noche y escaneo el cuarto en busca de su bolso. Estaba en una silla al frente de la cama. Fue hasta allí, buscó su celular, observó la pantalla, tenía tres llamadas perdidas de su esposo.
Se sentó en el borde de la cama con el celular en la mano, lo observó de nuevo, lo soltó en la cama. Entrelazó las manos por detrás de su cabeza, miró el techo. Otra vez agarró el celular, en la pantalla de inicio apareció una foto suya con una niña de cabello castaño sonriendo y abrazándola. Miranda pasó un dedo por el dispositivo, como si fuera una caricia.
El hombre salió de la ducha secándose con una toalla, abrió un pequeño refrigerador que había en una esquina del cuarto y sacó una cerveza. Empezó a beberla, mientras posaba sus ojos sobre Miranda.
—¿Qué haces?
—Me voy —respondió Miranda buscando en el piso su sostén.
—Pensé que íbamos a tener un segundo round.
—No puedo, tengo que volver a casa.
El hombre se acercó a Mirada hasta quedar delante de ella, desnudo.
—Pareces molesta.
—No, lo que pasa es que —Miranda vaciló por un momento, parecía estar escogiendo las palabras adecuadas—. Es la primera vez que hago algo así, yo nunca había engañado a mi esposo.
—No le des mente a eso, nosotros nos deseábamos desde hace tiempo, se sentía la tensión sexual en la oficina. Era mejor que lo sacáramos.
Miranda terminó de ponerse la blusa y la falda en silencio. El hombre terminó la cerveza de dos largos tragos y empezó a vestirse.
—Voy a pedir un Uber.
—Yo puedo llevarte.
—No, gracias. No quiero que me vean en su auto.
—Como quieras.
Miranda entró al baño, pasó el seguro. Se miró al espejo, no soportó el reflejo en él y bajó la mirada. Se aseó de forma apresurada y salió.
—Ya llegó el Uber, hasta el lunes señor Caicedo.
—¿Nos vemos el otro viernes, puede ser aquí mismo?
—No lo creo.
El hombre iba a decir algo más, pero Miranda no esperó y salió, cerrando la puerta tras de sí.
Al llegar a casa, Miranda se topó con su esposo sentado en el sofá.
—¿Todavía despierto?
—Te estaba esperando, es que tu jefe, el señor Caicedo me ha mandado un audio. Decía que tuvieron que trabajar hasta tarde y que se te había descargado el celular.
Miranda traía el celular en la mano en ese momento. Pensó en decir mil cosas, en dar excusas poco creíbles, debía mentir. Eso pensó, debía mentir. No obstante, su boca no obedeció a su cerebro, o por lo menos no a la parte racional y consciente.
—Es mentira, estaba en un motel con el señor Caicedo.
Espero tengas un grandioso día o una hermosa noche. Mis mejores deseos para tí.
- Mildred Niño
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